Cuentos completos V by Philip K. Dick

Cuentos completos V by Philip K. Dick

autor:Philip K. Dick [Dick, Philip K.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1987-01-01T05:00:00+00:00


La fe de nuestros padres [11]

En las calles de Hanoi se topó con un vendedor ambulante sin piernas que conducía un carrito de madera y se dirigía con gritos estridentes a todos los peatones. Chien aminoró la marcha para oír lo que decía, pero no se detuvo; los asuntos del Ministerio de Artefactos Culturales ocupaban su mente y lo distraían; era como si estuviera solo, como si todos los transeúntes que circulaban en bicicletas, scooters y turbomotos no existieran. Y como si el vendedor sin piernas tampoco existiera.

—Camarada —insistió el vendedor, persiguiéndolo en su carrito; una batería de helio impulsaba el motor, proporcionándole una gran velocidad—. Poseo una amplia variedad de remedios tradicionales a base de hierbas, con la garantía de miles de usuarios fieles. Cuéntame tu dolencia y te podré ayudar.

—No tengo ninguna dolencia —dijo Chien.

«Salvo —pensó—, la enfermedad crónica de los empleados del Comité Central, la del oportunismo arribista que tantea constantemente las puertas de cada puesto oficial. Incluido el mío.»

—Por ejemplo, puedo curar la radiotoxemia —entonó el vendedor sin detenerse—. O aumentar, si es necesario, el elemento de la potencia sexual. Puedo revertir las manifestaciones carcinomatosas, incluso los temidos melanomas, lo que llaman cáncer negro. —Alzando una bandeja de frascos, pequeñas latas de aluminio y polvos diversos en recipientes de plástico, el vendedor canturreó—: Si un rival insiste en tratar de usurpar tu rentable puesto burocrático, puedo suministrar un ungüento que, bajo la apariencia de un bálsamo dérmico, es en realidad una toxina de letales efectos. Mis precios son bajos, camarada. Y como favor especial para alguien de porte tan distinguido como el tuyo, aceptaré los inflacionarios dólares de papel de posguerra, que presuntamente gozan de cotización internacional pero que, en realidad, no valen más que el papel higiénico.

—Vete al infierno —dijo Chien, y llamó a un aerotaxi que pasaba. Llevaba tres minutos y medio de retraso para su primera cita del día, y sus fofos superiores del Ministerio ya estarían haciendo rápidos cálculos mentales. Y más aún sus subalternos.

—Pero camarada, debes comprarme —murmuró el vendedor.

—¿Por qué? —preguntó Chien con indignación.

—Porque soy veterano de guerra, camarada. Luché contra los imperialistas en la Colosal Guerra Final de Liberación Nacional, con el Frente Unido Democrático Popular. Perdí mis extremidades inferiores en la batalla de San Francisco. —Y añadió con voz triunfal y satisfecha—: Es la ley. Si te niegas a comprar mercancías ofrecidas por un veterano, te arriesgas a una multa y una posible condena de prisión… además de la vergüenza.

Con cara de cansancio, Chien indicó al aerotaxi que pasara de largo.

—Es verdad —dijo—. Debo comprarte.

Echó una rápida ojeada a la modesta exhibición de remedios a base de hierbas, buscando uno al azar. Señaló un paquete de papel en la última hilera.

El vendedor ambulante rió.

—Eso, camarada, es un espermicida. Lo compran las mujeres que, por razones políticas, no tienen derecho a la píldora. Pero sería de escasa utilidad para ti, pues tú eres un caballero.

—La ley no exige que te compre nada útil —rezongó Chien—, sólo que te compre algo.



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